“Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. ¡Mentira!
Nunca vale más lo malo que lo bueno. ¿Nos hemos vuelto locos? No lo sé, pero yo
quizás si lo haya hecho. Lo sabré cuando consiga salir de aquí, ya que el loco es
simplemente el que actúa de manera distinta a los demás. Pero la puerta no es
la barrera que marca la diferencia entre salir o no. Antes de la puerta se
encuentra mi inseguridad, que cubriré con infinitud de capas de fanfarroneo.
Como si fuera una cebolla que en lugar de corazón verde tuviera una autoestima
baja y dudosa. Mientras tanto sigo encerrado con un ánimo que no encuentra la
llave de la alegría que pueda abrir esa maldita cerradura.
En mis pensamientos abundan los pensamientos, y en éstos los
pensamientos, y en éstos más pensamientos. Quizás habría quedado bien decir “y
en esos pensamientos tú”, pero mi mente es una sala con dos espejos, uno a cada
extremo, y que no parece tener ni principio ni fin. Y en esa sala no hay nadie.
Tan solo es ocupada por imágenes de personas, colgadas en la pared, recordando
que existen pero sin hacer acto de presencia en ella. Solo. Yo. “Moi”. A veces
creo que alguien me abraza por la espalda con la intención de besarme, pero
cuando me doy la vuelta, para corresponder ese beso, me encuentro con el aire.
O mejor dicho: no me encuentro con nadie.
Me paso los días dándole vueltas a las cosas mientras doy
vueltas a la silla. Si estuviera viva me diría que está mareada. Lo sé porque así
me siento yo: mareado. No me quedan uñas que morder. Una presión entre el pecho
y la garganta me hace levantarme y mirar por la ventana pensando “qué pasaría
si…”. No lo sabremos hasta que no pase. Y de momento el exterior, para mí, es solamente
un pequeño jardín con pájaros grandes
cuyo nombre desconozco.
Fotografía de Clara Miguélez Sotillo |
Mis días se podrían resumir en dos palabras: pensar y soñar. Ésta última se podría sustituir fácilmente por desear, ya que los sueños son utilizados por el subconsciente para paliar los deseos más profundos, o en mi caso los deseos más externos. Esto se debe a que en mis sueños aparezco en el exterior extraño, en una llanura inmensa con plantaciones de trigo agitadas por el viento. Algo tan diferente a lo que tengo. Así que mientras mi indecisión da vía libre a salir o no de este agujero (porque al fin y al cabo es un agujero en el que estoy metido) me dedico a observar, cual niño curioso, el exterior. Árboles grandes y verdes, flores tímidas ante el inmenso tamaño de los árboles y un cielo lleno de nubes. Un cielo gris espeso donde “parece que el Sol quiere salir”.